viernes, 26 de julio de 2013

Mons. Lozano: Tercera Catequesis

Ser misioneros: ¡id!
Por Mons. Jorge Lozano, Obispo de Gualeguaychú 
 
1) La evangelización nace de la experiencia del encuentro con Cristo.
Cuando vemos una película que nos gusta mucho, hablamos de ella, recomendamos a nuestros amigos que vayan al cine. O cuando escuchamos una banda musical que nos apasiona lo compartimos también.
Ayer citaba un pasaje del documento de Aparecida que nos enseña que nuestra vocación es llamado para compartir con los demás "por desborde de gratitud y alegría, el don del encuentro con Jesucristo". "No tenemos otro tesoro que éste. No tenemos otra dicha ni otra prioridad que ser instrumentos del Espíritu de Dios, en Iglesia, para que Jesucristo sea encontrado, seguido, amado, adorado, anunciado y comunicado a todos no obstante todas las dificultades y resistencias. Este es el mejor servicio –¡su servicio!– que la Iglesia tiene que ofrecer a las personas y naciones" (DA 14)
La Buena Noticia es universal: para todas las edades, todas las culturas, todos los tiempos. Porque es anuncio de liberación de todo lo que oprime al hombre.
Ser discípulo es ser misionero. La fe es una luz que se enciende para iluminar la propia vida y la de los demás. Al comienzo del "Sermón de la montaña", después de proclamar las Bienaventuranzas Jesús dice a los discípulos que ellos son sal de la tierra y luz del mundo (Mt. 5, 13 – 16.
La sal que da sabor a los alimentos. Podemos decir que sin los cristianos el mundo es insípido, "le falta algo", no llega a satisfacer. Pero antiguamente, y aún hoy,  la sal se usaba también para conservar la carne, para que no se pudra. Y esta dimensión de nuestra vida social también es importante. Debemos preservar a la humanidad de la corrupción.
El otro ejemplo que nos propone el maestro es el de la luz. "No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa. Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo." (Mt. 5, 14 – 16).
Ver las buenas obras y alegrarse es percibir la belleza que hay en quien obra el bien. La comunidad cristiana cuando obra el bien, lo hace con belleza.
Manifestemos la belleza del amor, la esperanza, la fe. Mostremos lo hermoso que es creer en Dios, ser amigos de Jesús.
Cuando nos bautizaron, el sacerdote o diácono entregó a los padrinos una vela encendida del cirio pascual, indicando así que la vida del resucitado estaba en nosotros desde ese momento, y decía: "a ustedes, padres y padrinos, se les confía la misión de acrecentar esta luz para que ellos (estos niños), iluminados por Cristo, vivan siempre como hijos de la luz....".
La fe la hemos recibido de la Iglesia. Formamos parte de una larga cadena de eslabones que nos unen con toda la historia del Pueblo de Dios. Los atletas en las Olimpíadas se pasan la llama de mano en mano, el que la entrega ya no la posee. Nosotros al entregar la luz de la fe a otros, no dejamos de poseerla. La luz de la fe, paradójicamente, aumenta si la compartimos y se debilita si la guardamos.
San Pablo experimentaba esta urgencia exclamando "¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!" (I Cor 9, 16).
La Iglesia existe para evangelizar. Esa es la razón de su existencia: "Vayan por todo el mundo y anuncien la buena noticia".

2) La evangelización procede de la caridad.
Cuando una persona no vidente está por cruzar la calle, es común que algunos se acerquen para ofrecer su ayuda. Es un movimiento espontáneo de servicialidad.
Dios, viendo la humanidad sin rumbo, se compadeció de nosotros y por el amor que nos tiene envió lo más amado: a su propio hijo. Confirmando esto, dijo Jesús a Nicodemo: "Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna" (Jn 3, 16).
La misión de Jesús es expresión del amor de Dios. Nuestra misión también. Es el mismo Padre con su mismo amor el que nos dice: "Vayan". "Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes" (Jn 20,21), dijo Jesús resucitado.
El mundo nos necesita. Dios ama a este mundo, creación de Él. No se desentiende de suerte, de su destino.
"Nuestro mundo está lleno de contradicciones y desafíos, pero sigue siendo creación de Dios, y aunque herido por el mal, siempre es objeto de su amor y terreno suyo, en el que puede ser resembrada la semilla de la Palabra para que vuelva a dar fruto." (Mensaje Final del Sínodo Nº 6)
La cercanía con los pobres es uno de los signos de autenticidad de la misión de la Iglesia "Todo lo que tenga que ver con Cristo, tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a Jesucristo" (DA 393).
Los pobres y los jóvenes deben ser el centro de nuestra atención misionera.
Predicaba al Papa Francisco el Domingo de Ramos: "Los jóvenes están llamados a ser apóstoles del Evangelio junto a sus coetáneos; se preocupen por eso sobre todo por los que sufren, por los que están solos y lejos de Dios. Se trata de salir de uno mismo a las periferias del mundo y de la existencia, para llevar a Jesús". (Homilía Domingo de Ramos).
Salir de uno mismo. Salir de lo conocido y desplazarnos con confianza hacia las periferias del mundo y de la existencia, podríamos decir periferias geográficas y antropológicas.
Unas son los suburbios, los lugares más alejados y, por lo general, los más pobres. Por qué no pensar también en la misión ad gentes. Animémonos a decir a Jesús: "¡Aquí estoy! Envíame".
Las otras periferias son existenciales: los que están solos, enfermos, privados de libertad, adictos al alcohol, la droga, el consumismo. A quienes sienten un vacío acá en el pecho y no saben qué hacer con su vida que se desploma hacia la muerte o el sinsentido. Ellos también están confiados a nuestro amor.
Yo sé que ustedes aman a Jesús, y a su Vicario el Papa Francisco. Ofrézcanse para lo que haga falta.

3) Siempre arraigados en Cristo y en la Iglesia.
La tarea misionera consiste en compartir la experiencia de encuentro con Cristo. No es hacer propaganda de ofertas en un supermercado o promocionar un "producto para el espíritu humano". Brota del discípulo que escucha la Palabra y la comparte con alegría. El Papa Benedicto XVI, al inaugurar la V Conferencia General del Episcopado de América Latina y El Caribe, resaltaba que "la Iglesia crece por atracción, no por proselitismo".
El mensaje final del Sínodo de los Obispos nos ha dicho: "La obra de la nueva evangelización consiste en proponer de nuevo al corazón y a la mente, no pocas veces distraídos y confusos, de los hombres y mujeres de nuestro tiempo y, sobre todo a nosotros mismos, la belleza y la novedad perenne del encuentro con Cristo". (Mensaje al Pueblo de Dios – Sínodo Nº 3)
"Hemos de constituir comunidades acogedoras, en las cuales todos los marginados se encuentren como en su casa." (ídem)
"Es nuestra tarea hoy el hacer accesible esta experiencia de Iglesia y multiplicar, por tanto, los pozos a los cuales invitar a los hombres y mujeres sedientos y posibilitar su encuentro con Jesús, ofrecer oasis en los desiertos de la vida. De esto son responsables las comunidades cristianas y, en ellas, cada discípulo del Señor. Cada uno debe dar un testimonio insustituible para que el Evangelio pueda cruzarse con la existencia de tantas personas. Por eso, se nos exige la santidad de vida". (ídem)
Qué hermoso que podamos entender así nuestra misión: multiplicar los pozos. Lograr que el Evangelio salga al cruce de las experiencias humanas.
No estará ausente la incomprensión o la cerrazón del corazón de los hermanos. Lo experimentó Jesús, lo sintieron los apóstoles y los santos. ¿Por qué nosotros no?
Algunos incluso heridos a causa de los pecados de los ministros de la Iglesia o escándalos en nuestras comunidades, nos rechazan con desprecio y enojo. Pero no estamos solos. La comunidad juvenil nos sostiene en la oración y en el compartir experiencias de vida. El Señor mismo nos aseguró: "Yo estaré siempre con ustedes, hasta el fin del mundo". (Mt. 28,20)
Cada uno de nosotros tiene un lugar en la Iglesia: laicos, consagrados, ministros. A todos nos llama Jesús. Entre ustedes están quienes son o serán directivos de escuelas u hospitales, senadores o diputados, gobernantes. Entre ustedes hay papás y mamás que educarán con amor a sus hijos. Entre ustedes hay catequistas de hoy y de mañana que ayudarán a incorporar a la comunidad cristiana nuevos hermanos. Entre ustedes están quienes irán a misionar a los suburbios de las ciudades o al África o Asia. Entre ustedes habrá también quienes sean martirizados a causa de la fe. Seguramente también están los que sirven a los enfermos y abandonados. Entre ustedes están quienes serán sacerdotes y obispos, y tal vez —por qué no— el Papa en unos años.
Digamos a Jesús: aquí estamos, somos tus amigos, envíanos.

+Jorge Eduardo Lozano
Obispo de Gualeguaychú
ARGENTINA

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